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¿Debe un niño tener un ‘smartphone’?

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¿Debe un niño tener un ‘smartphone’?

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Decidir cuándo debe disponer de un smartphone un niño no es sencillo. Conviene analizar diversos aspectos antes de decantarnos por anticipar o retrasar el momento.

 

El efecto en el aprendizaje

 

 

La capacidad para relacionarse con el entorno es uno de los ejes más importantes que deben desarrollar los niños. Comunicarse es algo que se va aprendiendo con el tiempo: se incorpora el lenguaje, se adquiere la habilidad para centrar la atención, se comprenden y ejecutan los gestos…

 

Este es un proceso que necesita su práctica y en el que un smartphone puede ser una alteración del camino habitual. Por ello, muchos padres tienen inquietud ante la posibilidad de que sus hijos puedan sufrir problemas en su comportamiento, atención y desarrollo emocional, entre otros aspectos.

 

Otros, por el contrario, temen que sus hijos sean rezagados digitales. Entienden el uso de un smartphone como un aprendizaje que abre un mundo de posibilidades. Buscan, por tanto, familiarizar a los niños con un nuevo entorno.

 

La cuestión es cómo encontrar un equilibrio que permita disfrutar las ventajas de ambos enfoques sin sufrir los inconvenientes. El foco se sitúa, por tanto, en cómo exponer a los niños a la tecnología de una forma controlada.

 

El papel de los filtros, controles parentales y otras configuraciones

 

 

Existen diversas maneras de control parental. Por ejemplo, en Android podemos limitar las compras y descargas a través de Google Play. Sin embargo, eso no garantiza que los niños no busquen el contenido en un motor de búsqueda. También existe la alternativa de usar Google Family Link y otras apps para hacer un seguimiento de la actividad que tienen con el smartphone.

 

Estas herramientas tienen el papel de red de seguridad cuando el niño ya tiene cierto desarrollo. Buscan gestionar el contenido y, en algunos casos, las horas de uso. Sin embargo, tienen la limitación de que no dan respuestas específicas para cada etapa de desarrollo social, intelectual y emocional.

 

Pueden, incluso, ser negativas si el adulto cae en una falsa sensación de seguridad. El niño a su cargo debe recibir una orientación que vaya más allá del bloqueo. Sus mayores han de anticiparse a sus dudas y a los peligros y soluciones que habrá que abordar. Además, los controles parentales no sirven para determinar los usos que sí serán constructivos en la relación de los niños con los móviles.

 

La responsabilidad en las redes sociales y contenidos compartidos

 

 

Incluso un adolescente sin smartphone debe ser educado sobre su utilización en el mundo de hoy. Otras personas pueden compartir opiniones y texto, vídeos, audios y otros archivos sobre cuestiones que afecten a su vida, aunque no haya sido el autor. Lo digital (propio o ajeno) afecta a su realidad.

 

La consecuencia es que hay que saber hablar, callar, escuchar y responder en diferentes situaciones. Además, determinados conflictos por contenidos en los que intermedian dispositivos móviles generan un gran impacto emocional.

 

En el límite, hay que estar prevenidos frente al ciberacoso, que es, además, muy cambiante. Los adultos deben estar siempre informados de cuándo un niño puede ser la víctima o el causante de estos ataques.

 

Además, hay que fomentar las oportunidades que dan las comunicaciones móviles. Si un adolescente ha sido correctamente acompañado y educado en su proceso de aprendizaje con el smartphone, es mucho más probable que sea capaz de emplearlo como una herramienta constructiva que ayude a fortalecer sus relaciones humanas y sus conocimientos.

 

En resumen, podemos decir que el aprendizaje de los niños con los móviles es compartido. Sus padres, abuelos y otros adultos responsables deben estar informados de las potenciales y riesgos de esta forma de comunicación para los pequeños de la casa y deben entender cómo su crecimiento y los cambios sociales y tecnológicos van reclamando respuestas adaptadas al momento.

 

Por Gonzalo García Abad.

 

Imagen | Kelly Sikkema en Unsplash 

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