El correo electrónico, las cuentas en redes sociales, esa web de compras, la app del banco… La lista es inabarcable. Cada vez se usan más servicios digitales con una necesidad común: contraseñas seguras que garanticen la privacidad.
Frente al malware y los ataques cibernéticos, la fortaleza de una buena clave transmite confianza al usuario. Pero ¿saben los internautas cómo conseguir esa invulnerabilidad?
La esencia de las contraseñas seguras es su robustez. Se considera que una clave es sólida cuando tiene al menos nueve caracteres y combina mayúsculas, minúsculas, símbolos y números. Esa fortaleza provocará que los recursos que se han de aplicar para descifrarla no sean rentables en tiempo y esfuerzos para el hacker.
Por ello, es importante evitar códigos demasiado sencillos como ‘abcde’ o ‘1234’, así como palabras excesivamente evidentes como ‘hola’ o ‘login’.
Muchas veces, para facilitar su recuerdo, el usuario elige una contraseña asociada a su intimidad: nombres de familiares, fechas de cumpleaños o la ciudad en la que se vive. Es una práctica totalmente desaconsejada pues, si una persona trata de robar su clave, esas serán las primeras fórmulas que intente.
También es importante no usar nunca la contraseña que viene instalada por defecto. Su objetivo es garantizar la usabilidad del servicio, garantizar una puesta en marcha más sencilla. Pero este tipo de clave, en routers u otros dispositivos, pueden llegar a encontrarse en foros de internet y, por tanto, estar al alcance de cualquiera.
Se debe usar una contraseña diferente para cada servicio online y no reutilizarlas por muy seguras que parezcan. Si un hacker consiguiera acceder a una de las plataformas, automáticamente todas las cuentas quedarían comprometidas.
Parece una obviedad, pero resulta fundamental no compartir nunca las contraseñas con otras personas, por muy cercanas que sean. Cuanto más circule una información privada, más posibilidades hay de que se exponga.
Eso incluye el hecho de anotar las claves para poder consultarlas en cualquier momento. Hay diferentes opiniones respecto a esto. Una de ellas sugiere que, en ningún caso, se apunten en un archivo digital, pues si se lograse acceder a ese dispositivo, toda la información estaría desprotegida.
Respecto a hacerlo en un papel, el consejo es guardarlo en un lugar secreto, que solo el usuario conozca, y nunca viajar con el documento por si pudiera perderse. Tampoco es práctico, por ejemplo, escribir la contraseña del email en un pósit que se coloque al lado del ordenador de la oficina. La visibilidad pública anula cualquier supuesta robustez.
Según datos de la empresa LastPass, cada usuario puede llegar a tener hasta 85 contraseñas entre todos sus servicios. Teniendo en cuenta que deben usarse claves robustas que mezclen diferentes caracteres, es evidente la dificultad que supone poder recordarlas. Pero hay trucos que facilitan la tarea.
En primer lugar, se elige una frase completa como un refrán, una expresión coloquial o el estribillo de una canción. Por ejemplo: “no por mucho madrugar, amanece más temprano”. Después, se personaliza de diferentes maneras:
Se pueden intentar diferentes combinaciones, las que resulten más prácticas en cada caso, como reducir la frase a consonantes e incorporar caracteres especiales, alternar algunas mayúsculas o combinarlo con fechas que solo el internauta conozca.
Por último, existen programas y apps para crear contraseñas seguras, como Dashlane, PassFinder o RandPass, que no solo generan claves según las características que elija el usuario (atendiendo a longitud y tipo de caracteres), sino que, además, permiten almacenarlas para poder consultarlas en el momento necesario.
Por Noelia Martínez
Imágenes | Micah Williams, Dan Nelson on Unsplash, Dashlane