El reconocimiento facial, tan habitual hoy, era hace no demasiados años un elemento habitual en películas futuristas. En parte se debe a que, como en otras tecnologías, sus primeros pasos se dieron en el siglo XX. Además, es una buena representación de cómo el ser humano y la tecnología se miran mutuamente.
Es un sistema que, a través de medios electrónicos, pretende reconocer caras en una imagen. Esta puede obtenerse a partir de una fotografía estática o un vídeo, que luego son procesados.
En algunos casos solo se busca saber si en una imagen hay una o varias caras y, en este último caso, conocer cuántas. Esto puede ser útil, por ejemplo, para controlar el número de personas que entran o salen de un lugar que está siendo grabado de forma continua.
Otras veces, el algoritmo debe detectar no solo que hay una cara, sino también su posición dentro de la imagen tomada. Es lo que hacen algunos asistentes fotográficos que buscan averiguar cuando el usuario de la cámara pretende hacer un retrato y que modifican diversos parámetros de la cámara en función de dónde se encuentran los rostros.
De forma muy habitual, lo que se pretende es la identificación. El algoritmo debe conducir a señalar que la cara de la imagen se corresponde con otra con la que se compara y que suele estar registrada con anterioridad en una base de datos.
Una variante similar a la anterior es la que permite comparar dos fotos o vídeos para inferir si es probable que ambos rostros pertenezcan a la misma persona. Algunas veces se introducen técnicas que permiten valorar el efecto del envejecimiento.
Además, existe una rama del reconocimiento de caras orientado a la expresión facial. En ese caso, se busca encontrar argumentos para descubrir si alguien está triste, contento, enfadado, si miente o dice la verdad, etcétera.
En función del propósito que se busca, las técnicas del reconocimiento facial pueden ser diferentes. No obstante, suele ser habitual obtener una o varias proyecciones de la cara para analizar sus prominencias y pliegues de un modo semejante a lo que se hace con los métodos topográficos para describir el relieve.
El color de cada zona de la cara también puede ser un aliado en el reconocimiento. Por ejemplo, la presencia de pecas, manchas o lunares en posiciones concretas facilitan la identificación. Sin embargo, hay que tener en cuenta que estos rasgos pueden evolucionar o verse alterados por sombras, maquillajes o el bronceado o rubor, entre otros factores.
En general, el reto consiste en idear un algoritmo que permita reconocer de forma fiable una cara sin tener que tomar demasiadas proyecciones, ni analizar un número excesivo de puntos y que, además, no depende demasiado de la posición en que se ha tomado la imagen, la expresión del sujeto o la ropa o complementos que porte.
Aunque, como hemos comentado, puede aplicarse en ámbitos tan diversos como la realización de retratos, el análisis de emociones o el control de aforos, la principal aplicación es la identificación.
Varias razones han impulsado el reconocimiento facial como método de autenticación. Cada cara es única y forma parte de la persona, de modo que no debe llevar nada consigo ni conocer claves secretas para autenticarse. Además, los sistemas más refinados pueden ser cómodos de usar, ya que no exigen demasiada colaboración del usuario. Por eso es empleada para acceder a apps, servicios digitales, formas de pago, etcétera.
La identificación también puede realizarse con fines de vigilancia. Se analizan caras para localizar personas que cometen delitos o llevan a cabo actividades no permitidas. El problema es que, para lograrlo, se necesita tratar muchos datos sensibles: situar una cara en un lugar, fecha y hora determinados y contrastarlo con una base que permita saber el nombre y apellidos que están detrás de la cara concreta. Y, además, hay que hacerlo sin recabar un consentimiento.
Por tanto, sus usos en vigilancia van ligados a una aplicación, si cabe, todavía más escrupulosa de las normas de protección de datos. Además, ayudan todas las tecnologías que aportan seguridad a los datos, es decir, que impiden alteraciones en su registro o que dificultan su sustracción o uso indebido.
El reconocimiento facial nos sitúa cara a cara con las potencialidades y retos de la tecnología moderna. Su difusión depende del consumo de recursos que reclame, la fiabilidad de los resultados que arroje, la comodidad que ofrezca y el respeto a la intimidad que garantice.