La responsabilidad móvil es el camino para hacer un uso razonable del smartphone. Un uso inadecuado puede convertir nuestro dispositivo en una pequeña prisión. Puede generarnos frustración y una necesidad de continua atención y llevarnos a asumir riesgos innecesarios.
Uno de los problemas más habituales es el del exceso de conectividad. Está muy bien compartir mensajes, audios, vídeos y otros tipos de archivos. El problema suele surgir cuando queremos narrar nuestra vida completa en directo y usamos el smartphone como herramienta.
En ese caso, hay un problema en la misma raíz: perdemos la capacidad de selección. Así, si fotografiamos todo lo que vemos, nuestros recuerdos visuales más emotivos se pierden en una gran masa de imágenes. Si queremos comentar cada situación que vivimos con nuestros amigos, llega un momento en el que nos quedamos sin palabras y acabamos repitiendo una y otra vez los mismos clichés.
El problema no termina en nosotros. Cuando compartimos una vida digital demasiado intensa, puede que los demás no puedan seguirnos el ritmo. Es más fácil tener interacciones de calidad con otras personas cuando conectamos con contenidos seleccionados que si queremos permanecer en una conexión permanente con todos.
Y, además, siempre tenemos que tener conciencia de que cada contenido que compartimos puede transformarse en otras manos. El destinatario puede, a su vez, enviarlo a otros o transformarlo.
Los dispositivos móviles pueden emplearse en utilidades muy diversas. Hay apps enfocadas a públicos profesionales, a usuarios avanzados y a gente con conocimientos técnicos. Otras son mucho más generalistas y su empleo suele ser sencillo.
Si solo empleamos las aplicaciones más habituales, nos quitamos muchas horas de aprendizaje. Quizá eso sirva para muchas personas. Sin embargo, es muy normal que un día encontremos una herramienta nueva que encaja con nuestras necesidades. Aunque sea especializada, quizá merezca la pena invertir algo de nuestro tiempo en ella.
No obstante, hay que tener cierta prudencia. Las apps más sofisticadas suelen tener una repercusión que va más allá de la vida digital. Se supone que nos ayudan en algún aspecto en el que un empleo adecuado se traduce a resultados concretos. Por ello, debemos considerar el tiempo que dedicamos a dominarlas como una inversión. Y, por tanto, habrá que analizar si el esfuerzo va a compensar.
Es fácil que los conceptos tecnológicos nos sobrepasen. Sin embargo, hay muchas vías para adquirir conocimientos necesarios para el buen manejo de facetas concretas de nuestra vida digital. Podemos recibir cursos presenciales, sesiones online, leer foros y reseñas, consultar con amigos o conocidos, recabar consejo de un técnico, acceder a contenidos didácticos en la web, leer las instrucciones de los artículos y aplicaciones, acceder servicios de ayuda de las marcas…
Es importante no quedarse con dudas importantes. Si estamos leyendo cómo realizar una determinada acción con nuestro smartphone, es posible que la explicación gire en torno a un concepto previo que no entendemos. Deberemos, por tanto, afianzar primero ese conocimiento que nos falta.
Si queremos tener un uso saludable del móvil debemos atender a cookies, permisos de las aplicaciones, formularios, condiciones de uso, etcétera. Es la forma de que podamos aprender cuál es el empleo que los terceros darán a nuestros datos. De lo contrario, puede que estemos cediendo información sensible o negando el acceso a datos que debemos compartir para lograr lo que queremos.
Además, tenemos que tener una actitud de alerta ante todo lo desconocido. Es posible que responder a determinados mensajes, atender a todas las llamadas de teléfono y descargar aplicaciones fuera de las tiendas oficiales pueda comportar riesgos.
La responsabilidad digital, en definitiva, no es otra cosa que una manifestación de la prudencia necesaria para hacer un uso provechoso de nuestros dispositivos móviles.
Por Gonzalo García Abad
Imagen | Lukas Gehrer en Pixabay